Vladímir Ivánovich Vernadsky
Vladimir. I. Vernadsky
Los filósofos rusos, particularmente Vernadsky, pensaban en la posibilidad de que un ser humano viva de algo no material.
Vernadsky estaba seguro de que el ser humano es una criatura energética que puede alimentarse a sí mismo de la energía del espacio. Alguna gente puede probar hoy que es posible vivir una vida normal sin alimento físico.
Nació el 12 de marzo de 1863- 6 de enero de 1945. Minerólogo y geoquímico ruso-ucraniano cuyas ideas sobre la noosfera fueron una contribución fundamental al cosmismo ruso. Vernadsky es especialmente célebre por su libro La biosfera(1926), donde presenta a la vida como la fuerza geológica que da forma a la tierra. Vernadsky fue fundador de varias nuevas disciplinas como la geoquímica, la biogeoquímica y la radiogeología.
En 1885 se graduó en física y matemáticas en la Universidad de San Petersburgo, prolongando su formación durante los dos años siguientes en diversas universidades europeas. A partir de 1890 fue profesor de mineralogía y cristalografía en la Universidad de Moscú, donde se doctoró en 1897. Miembro de la Academia Rusa de Ciencias desde 1912, trabajó para esta institución hasta su muerte. A la vez fue fundador (1918) y primer presidente de la Academia Ucraniana de Ciencias. Por éste y otros motivos es considerado tan compatriota por los ucranianos como por los rusos.
Vernadski fue discípulo de Vasili Vasilievich Dokuchaev (1840-1903), fundador de la edafología, quien le transmitió una comprensión integradora de la naturaleza. Eduard Suess, que también había sido influido por Dokuchaev, forjó la palabra biosfera sin llegar a definirla. Vernadski le dio al concepto su contenido actual, y es considerado como uno de los fundadores de la ecología y el padre de la visión moderna del sistema Tierra.
Concebía la Tierra como la superposición de cinco realidades integradas: la litosfera, entendida como esfera sólida de la Tierra; la atmósfera; la biosfera; la tecnosfera, el resultado de la alteración producida por el hombre; y la noosfera, la esfera del pensamiento. A la vez veía la historia del planeta como una evolución autónoma con tres etapas dominadas respectivamente por la evolución geológica, la evolución biológica y la evolución de la cultura. Vernadski observó la dependencia de la composición atmosférica con respecto a la actividad biológica, ofreciendo de la Tierra un concepto muy próximo al propuesto más tarde por James Lovelock con su hipótesis Gaia.
Vladimir Vernadski dejó una nutrida estela de seguidores en la Unión Soviética, la cual constituyó una escuela separada. La influencia de Vernadski en la ecología occidental se ha producido a través de algunos de sus discípulos, y de la traducción al inglés de dos de sus obras: Geoquímica (1924) y La biosfera (1926). Debe destacarse la influencia de sus nociones sobre Teilhard de Chardin, cuyo uso del concepto de noosfera deriva directamente del de Vernadski.
Vladimir Vernadsky fue un teórico clave del desarrollo, durante la primera mitad del siglo pasado, del concepto de biosfera (Biosfera, 1926)el cual tomó como su punto de partida para llegar a la noción de la noosfera. Aunque él nunca usó la palabra “tecnósfera”, el prerequisito de Vernadsky para el surgimiento de la noosfera presupone su existencia, porque en su percepción el creciente de la impacto de la industrialización estaba cambiando el paisaje y, por ello, se estaba afectando la propia geología terrestre, dando lugar a una fase evolutiva que definió como la transición biosfera-noosfera. Vernadsky fue agudamente conciente de las implicaciones políticas y ambientales del aumento acelerado de la reproducción de la máquina en la sociedad de su época, que ocurría a través de la proliferación de las fábricas y los conglomerados industriales y consideró que este era un proceso de crecimiento que se daba en forma de progresión geométrica y que hacía que el Hombre se transforme en una fuerza geológica a gran escala. Sin embargo para él, el Hombre representaba una masa insignificante de la materia disponible e incluso de la misma biomasa, por lo que su operación se realizaba a través de la acción del pensamiento, haciendo que la física y química de la envoltura terrestre y, hoy en día, hasta las condiciones climáticas se modifiquen por su presencia y acción. Hoy podemos afirmar que una prueba de ello es el calentamiento global del que estamos siendo testigos. Poco conocido en occidente, Vernadsky goza de una enorme estatura en Rusia donde su pensamiento ha influenciado a toda la ciencia rusa.
Se agrega, que en la teoría original de Vernadsky, la noosfera es la tercera de una sucesión de fases del desarrollo de la Tierra, después de la la geosfera (materia inanimada) y la biosfera (vida biológica). Tal como la emergencia de la vida ha transformado fundamentalmente la geosfera, la emergencia de la cognición humana transforma la biosfera.
En contraste con las concepciones de los teóricos de Gaia o de los promotores del ciberespacio, la noosfera de Vernadsky emege en el punto en donde el género humano, mediante la maestría en los procesos nucleares, empieza a crear recursos mediante la transmutación de elementos.
La teoría de la Noosfera sería recogida mas tarde por el teólogo cristianoPierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Teilhard explica la noosfera como un espacio virtual en el que se da el nacimiento de la psíquis (noogénesis), un lugar donde ocurren todos los fenómenos (patológicos y normales) del pensamiento y la inteligencia. Para Teilhard, la evolución tiene igualmente 3 fases o etapas: la geósfera (o evolución geológica), la biósfera (o evolución biológica), la noósfera (o evolución de la conciencia universal). Esta última, conducida por la humanidad, alcanzará la última etapa de la evolución en la cristósfera.
También entiende que la noosfera es el estrato que conduce la energía liberada en el acto del pensamiento. Está a la altura de las cabezas humanas, interconectando toda la energia del pensamiento y generando la conciencia universal. En palabras de Teilhard: «Creo que el Universo es una Evolución. Creo que la Evoluciónva hacia el Espíritu. Creo que el Espíritu se realiza en algo personal. Creo que lo Personal supremo es el Cristo Universal».
ARTICULOS INTERESANTES DE VERNADSKY:
http://www.schillerinstitute.org/newspanish/institutoschiller/ciencia/Especial_vernadsky/Vernadsky_indice.html
Por qué las mentes muertas no pueden conocer
la noosfera
por Jonathan Tennenbaum
Este artículo es una introducción a la traducción, del trabajo que el biogeoquímico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky escribiera en 1938 sobre la diferencia entre los cuerpos vivos y los no vivos en la biosfera.
Desde tiempos remotos hasta nuestros días, quienes han tratado de comprender la organización de nuestro Universo han distinguido por lo general tres clases o dominios principales de fenómenos: primero, los fenómenos que ocurren en la materia inerte o no viva, al margen de la acción de los organismos vivos. Segundo, los procesos vivos, es decir, el dominio de la biología. Y tercero, los procesos relacionados con la actividad cognoscitiva de la mente humana.
Pero, con el triunfo del pensamiento reduccionista en las ciencias naturales, y sobre todo con el vasto progreso de la biología molecular desde mediados del siglo 20, la línea divisoria entre lo vivo y no vivo se ha hecho más y más borrosa, y aun inexistente, en la mente de los científicos.
El error del reduccionismo
El no reconocer esta tercera alternativa —a pesar del trabajo de Vernadsky, y a pesar de que el asunto esencial ya lo conocían, desde mucho antes, Leibniz y aun Platón— deja ver un error metodológico elemental que impregna tanto a la biología molecular moderna como a los intentos de Schrödinger, Prigogine y otros de abordar la física de los procesos vivos.
La naturaleza del error fue identificada claramente hace más de 500 años por el gran pensador renacentista Nicolás de Cusa en su crítica al trabajo de Arquímedes sobre la cuadratura del círculo: si tratamos de aproximarnos a un círculo mediante una serie de polígonos regulares inscritos con un número cada vez mayor de lados, pareciera que nos acercamos cada vez más al círculo, pero en realidad nunca podemos alcanzar el círculo. Aun si el número de lados del polígono hipotéticamente se hiciera infinito, todavía no llegaría a la identidad completa con el círculo, porque el círculo es unaespecie superior de ente geométrico. El círculo representa un principio superior, es decir, el de la acción rotativa continua, que está ausente por completo del dominio lineal de los polígonos. Aunque los polígonos se pueden construir a partir del círculo —y es ese sentido el círculo subsume, como “especie superior” a la “especie inferior” de los polígonos—, no hay manera de construir el círculo a partir de los polígonos.
Sin embargo, muchos geómetras, entre otros, dedicaron indecibles esfuerzos, a lo largo de los siglos, en intentos infructuosos de cuadrar el círculo, cometiendo así el mismo tipo de error que aquellos que, desde los tiempos de Pitágoras, se negaron a aceptar la existencia de magnitudes incomensurables en la geometría. El mismo error surgió después, en la resistencia al concepto de Leibniz del cálculo infinitesimal y en la acérrima oposición de Kronecker y otros a la introdución de los números transfinitos de Georg Cantor.
Los intentos de los biólogos moleculares de tratar a los organismos vivos como “máquinas moleculares” ilustra perfectamente el problema.
No hay duda alguna de que en las células vivas tienen lugar los vastos y intrincados conjuntos de reacciones bioquímicas y procesos relacionados que se han identificado con los métodos de la biología molecular moderna. Parece ser también que los cambios en la célula viva siempre se puedencorrelacionar de algún modo con cambios en la configuración y movimiento de las moléculas. De manera que casi no hay duda de que la biología molecular puede dar una imagen aproximada del funcionamiento de los procesos vivos —tal vez hasta el punto de una “convergencia asintótica”— en la forma de mapas cada vez más detallados de la presunta “maquinaria molecular” de las células. Esos mapas corresponden, en el sentido metodológico, a los polígonos con más y más lados de que hablaba Nicolás de Cusa.
Ahora viene la dificultad: ninguna de las aproximaciones biológicas moleculares, tomada en sí misma, puede dar cuenta de las características funcionales de la materia viva en la biosfera, como lo demuestra Vernadsky. Nunca llegamos, por así decirlo, a la “parte viva”, es decir, a la característica única de acción que distingue a los procesos vivos de los no vivos.[1] Esa característica superior tiene con el dominio de la “maquinaria molecular” una relación análoga a la que tiene la acción circular con la acción lineal de los polígonos de Nicolás de Cusa.
Para pasar de esta observación, a primera vista puramente negativa, de los límites de los métodos reduccionistas, volvamos a la división del Universo en tres dominios y observemos las contribuciones específicas de Vernadsky y de su sucesor en esta materia, Lyndon LaRouche.
La materia viva en la biosfera
La comprensión científica de la división tripartita del Universo empieza cuando dejamos a un lado la tendencia ingenua de interpretar la base de la distinción entre esos tres dominios desde el punto de vista de las propiedades supuestamente inherentes de los objetos per se —por ejemplo, objetos vivos y no vivos—. De lo que se trata en realidad, como lo subrayó Leibniz, es de distintas clases de principios físicos, todos los cuales actúan sobre el Universo al mismo tiempo y se mantienen en una relación jerárquica bien definida entre sí. Esa relación jerárquica es el aspecto medular de la obra de Vernadsky.
Consideremos la actividad característica de la materia viva sobre la Tierra, ejemplificada en el caso de las plantas. Las plantas crecen y se sustentan merced a su capacidad de absorber agua, minerales y otros materiales inorgánicos del subsuelo, así como moléculas gaseosas de la atmósfera, y de transformar todo este material no vivo, en tejido vivo. De ese modo, ¡la materia no viva se ha transformado en materia viva!
Visto esto a escala microscópica, surge la pregunta: ¿cuál es la naturaleza del cambio físico que ocurre durante esta transformación? ¿en qué difiere, por ejemplo, un átomo de nitrógeno que ahora forma parte del tejido vivo de la planta de su existencia anterior en el fertilizante mineral que el agricultor puso en el suelo?
Los biólogos moleculares de hoy día lo caracterizarían como un mero cambio de enlaces químicos del átomo de nitrógeno en el tejido vivo —por ejemplo, en una proteína u otra molécula orgánica— en comparación con el compuesto inorgánico del que formaba parte en el fertilizante. Quizá hasta se apresuren a añadir que los mismos enlaces orgánicos pueden obtenerse igual de bien en el laboratorio, fuera del tejido vivo. Por eso, a su juicio, no hay ningún cambio atómico o molecular que pueda demostrarse que sea único de los procesos vivos.
Sin embargo, algunos biofísicos modernos estarían, con toda razón, en desacuerdo con las conclusiones de los químicos simplistas. Señalarían, por ejemplo, que el estado físico de un átomo no depende nada más de los meros enlaces químicos; el comportamiento de los átomos y moléculas en el tejido vivo esta modificado por un campo electromagnético cuántico común, que impone el acoplamiento de procesos que ocurren en lugares distantes dentro del tejido vivo. Justamente este rasgo es objeto de investigaciones experimentales actualmente en marcha.
Pero, con respuestas semejantes, ni el químico ni el biofísico habrán tenido en cuenta el aspecto más elemental del proceso en discusión, a saber: el papel activo que desempeña el propio organismo vivo, de imponer, por decirlo así, un estado superior de organización a la materia no viva. De este modo, el organismo actúa como la causa física de una transformación extremadamente dirigida y continua de su medio ambiente.
Tiempo geológico
Fue Vladimir Vernadsky quien más claramente reconoció y demostró la naturaleza de esa transformación biogénica, al cambiar el foco de la investigación del nivel de los organismos individuales aislados a la suma de toda la materia viva existente en la Tierra en un momento, y al estudiar el efecto de la materia viva en su medio ambiente (la biosfera) durante el lapso más prolongadoal alcance de la observación precisa: el tiempo geológico. Y así, en lugar de la pregunta peligrosamente abstracta “¿Qué es la vida?”, Vernadsky planteó una pregunta geológica concreta, referida al papel específico de la materia viva en la historia geológica de nuestro planeta.
Las conclusiones principales de Vernadsky, basadas en el análisis de una enorme cantidad de datos empíricos, pueden resumirse como sigue:
(1) En el curso de la evolución, el agregado de “energía libre” de la materia viva en la biosfera —su capacidad de producir trabajo en el medio ambiente— ha aumentado constantemente.
(2) Como resultado de ese aumento de energía libre, la materia viva se ha convertido en la fuerza geológica más poderosa de la biosfera, a pesar de que la masa total de los organismos vivos mismos siga siendo una fracción casi infinitesimal de la masa total creciente de materia que su actividad afecta directa o indirectamente dentro de la biosfera.
(3) A lo largo de la evolución, la materia viva ha ampliado constantemente la “envoltura” de la Tierra poblada de organismos vivos, es decir la biosfera, extendiéndola hacia lo alto de la atmósfera, a las profundidades de los océanos y cada vez más profundamente en la corteza terrestre.
(4) La capacidad de realizar este tipo específico de desarrollo evolucionario, que conduce a un aumento contínuo de la energía libre de los procesos vivos en la biosfera, es única de los organismos vivos, y no se encuentra en el dominio de lo no vivo.
Análisis situs
Pero Vernadsky añade un concepto decisivo:
Con el surgimiento del Hombre y de la sociedad humana, la biosfera entra a una nueva fase, que Vernadsky denominó noosfera, en la que la razón creadora humana se hace cada vez más la influencia conductora dominante de la expansión y el desarrollo ulteriores de la biosfera, incluída su probable expansión más allá de la Tierra, en el Sistema Solar y más allá.[2]
En cuanto a la cuestión de la noosfera y al papel de la razón humana, el trabajo de Vernadsky quedó incompleto. La continuación directa y la consumación de lo que empezó Vernadsky está en el trabajo del economista y estadista estadounidense Lyndon LaRouche.[3] Entre otras cosas, LaRouche demostró:
(1) La distinción absoluta entre el Hombre y todas las demás formas de vida en la biosfera está demostrada empíricamente por el hecho de que la especie humana ha sido capaz, a través de cambios deliberados y mejoras en las formas de actividades individuales y sociales en la biosfera, de aumentar el total de su población posible en más de mil veces en el curso de su desarrollo prehistórico e histórico. Ninguna otra especie viva ha demostrado esta capacidad.
(2) La causa de ese aumento, a lo largo de la historia, del tamaño y la calidad de la población humana que puede sostenerse en el planeta, radica únicamente en los poderes creativos de la razón humana individual para descubrir, asimilar y aplicar nuevos principios científicos y descubrimientos análogos de principio en las artes y el estadismo, a fin de mejorar el poder del Hombre para gobernar las fuerzas de la Naturaleza (tecnología).
(3) La acción de la razón creativa individual, en la que se basa la capacidad de la especie humana de generar aumentos sucesivos de su potencial de población, tiene una forma específica y completamente única. Se basa en la capacidad de buscar y descubrir deliberadamente errores o imperfecciones en los supuestos comúnmente aceptadas en los que se funda la práctica de la sociedad, y en corregir o complementar dichos supuestos mediante el descubrimiento y la comprobación de un nuevo principio universal que se demuestre que gobierna el Universo, y al que se oponían o al menos no tenían en cuenta los supuestos o axiomas mentales anteriores.
(4) Los actos de descubrimiento creativo original y los actos de aprendizaje y resolución creativa de problemas —del tipo necesario para asimilar adecuadamente y aplicar esos descubrimientos (en forma de nuevas tecnologías) a la práctica exitosa de la sociedad— se generan únicamente dentro de los procesos mentales “soberanos” de los seres humanos individuales. De allí que el proceso de aumentar el potencial de población de la especie humana ocurre como una integración sucesiva de actos creativos mentales específicos de los individuos, que tienen el resultado neto de transformar la práctica general de la sociedad. Esta relación histórica única del individuo con el todo se encuentrasolamente en la sociedad humana u solamente en relación con la razón humana; no se encuentra para nada en los otros dos dominios, inferiores, del Universo.
Paradoja resuelta
Lo que Vernadsky hizo respecto a la relación entre los procesos vivos y los procesos no vivos en la biosfera, LaRouche lo hizo en lo tocante al naturaleza única de la razón humana respecto a losprocesos vivos en general. Con ello, LaRouche trajo las preguntas ¿qué es la razón humana? y ¿cuál es la distinción absoluta entre el Hombre y todas las demás especies vivas? al dominio de la demostración y la medición empírico-científicas rigurosas, en contraposición a lo que generalmente se ha considerado los reinos meramente “subjetivos” de la creencia religiosa y la especulación filosófica.
Combinando a LaRouche y Vernadsky, obtenemos un panorama más lúcido y poderoso de la división tripartita del Universo.
Nuestro asunto es la diferenciación entre tres clases o grupos interconexos de principios físicos que constituyen el conocimiento humano del Universo. Por razones de conveniencia designémoslos como sigue:
A representa los principios físicos propios de los procesos no vivos en general; B representa los principios físicos propios de las características únicas de acción de los procesos vivos en relación con los procesos no vivos; C representa los principios físicos propios de las características únicas de la razón humana.
Nótese el siguiente punto paradójico, pero decisivo: los principios físicos, mientras sean principios válidos del conocimiento humano, deben ser universales; deben aplicarse, por lo menos implícitamente, al universo en su totalidad. La unidad y la coherencia del Universo (y del conocimiento humano) parecieran así exigir que (por ejemplo) los principios que gobiernan a la materia no viva (clase A) deban aplicarse también de alguna manera a los procesos vivos; y, a la inversa, los principios de los procesos vivos (clase B) deben aplicarse también a los procesos no vivos; de igual modo para la claseC. Pero ¿no contradice esto la distinción absoluta y fundamental entre los procesos vivos y no vivos, y entre los procesos vivos y la razón humana, distinción demostrada por Vernadsky y LaRouche y que es el asunto de toda nuestra discusión hasta el momento?
El recordar la demostración de Vernadsky del dominio de los procesos vivos sobre la materia no viva en la biosfera, y la prueba relacionada de LaRouche respecto a la razón humana, nos muestra la solución de esta paradoja.
Los principios de los procesos vivos son principios de la acción a través de la cual la materia viva, como la fuerza geológica cada vez más dominante en la biosfera, “conquista” y “transforma” a la materia no viva. De igual modo, el poder demostrado del Hombre de aumentar deliberadamente su poder per cápita para controlar las fuerzas de la naturaleza, a través del ejercicio de la razón humana, apunta a la universalidad implícita de los principios que subyacen en la razón humana. En la medida en que el universo “obedece” a la razón humana,[4] la materia no viva está sujeta implícitamente a los principios de la razón humana, aunque de un modo diferente a la mente humana misma. A su vez, la materia viva, incluido el tejido cerebral que es un sustrato indispensable de la actividad humana mental, se compone de los mismos átomos y moléculas que la materia no viva; y la materia viva parece estar sujeta a los principios de la clase A, a la vez que no está completamente determinada por ellos.
Por lo tanto, lo que tenemos aquí es un universo multiconexo en el sentido de Bernard Riemann: los principios de las clases A, B, C actúan todos en un sólo y el mismo universo, simultáneamente e (implícitamente) en todas partes. Pero, al mismo tiempo, las tres clases de principios guardan entre sí una relación jerárquica definitiva A < B < C, desde el punto de vista de su poder físico o lo que Cantor llamó Mächtigkeit, y prueba de ello es el creciente dominio de la materia viva sobre la no viva y de la razón sobre los dominios vivo y no vivo dentro de la biosfera. Dado que tienen un Mächtigkeit diferente, las clases A, B, C están estrictamente diferenciadas entre sí, y, no obstante, existe una armonía general entre ellas, por cuanto definen conjuntamente un Universo autodesarrante y antientrópico.
Este tipo de relación de las clases de principios físicos, que está bien definida pero no se puede expresar en términos lógicos deductivos, es el asunto de lo que Leibniz llamó análisis situs. El trabajo de Vernadsky es una aplicación brillante de ese método al dominio empírico del naturalista.
Implicaciones para la biofísica
El artículo de Vernadsky que publicamos enseguida ejemplifica exactamente este uso del análisis situscomo método de descubrimiento. ¿Cómo se correlaciona la diferencia entre la materia viva y la no viva, tan claramente manifiesta en la biosfera en la escala del tiempo geológico, con la física de los procesos vivos y no vivos en la escla microscópica del espacio y el tiempo? A pesar de que la estructura química del tejido vivo es totalmente diferente de la materia de origen inorgánico, las leyes básicas de la física y química parecen aplicarse a ambas. No se ha encontrado ninguna entidad física, como la “fuerza viva” o “sustancia viva” que muchos vitalistas creían debía existir en los organismos vivos.
Concentrado en esta paradoja, Vernadsky plantea una atrevida hipótesis: la organización peculiar de los organismos vivos es ¡función de un “estado geométrico diferente del espacio-tiempo” que existe dentro de esos organismos, diferente del espacio-tiempo de los procesos no vivos! Vernadsky sugiere que el espacio-tiempo de los organismos vivos debe ser un tipo especial de geometría riemanniana. Le pide a los matemáticos, físicos y biólogos que colaboren en este problema, que, él prevé, podría conducir a una revolución no sólo en la biología, sino en las ciencias físicas en su conjunto.
A juzgar por la manera como discute el problema, el mismo Vernadsky no tenía una comprensión suficiente de la concepción geométrica original de Riemann. Este último iba mucho más allá de la idea de una sola geometría fija (en el sentido de la geometría no euclidiana común y correinte, por ejemplo), para abrazar la noción de una multiplicidad multiconexa de principios físicos o “dimensiones”[5] comoimagen matemática de un universo autodesarrollante. Dicho de otro modo, debemos redefinir la relaciónA:B, desde la perpectiva de una relación más elevada expresada por la razón humana.
Como complemento del argumento de Vernadsky del espacio-tiempo de los procesos vivos en este aspecto crucial, obetemos el esbozo de todo un programa de investigación experimental. A todas luces, los trabajos recientes sobre las interacciones “biofotónicas” de los organismos vivos[6] y otras áreas relacionadas de la biofísica, tiene mucho que con la cuestión que plantea Vernadsky. Ubicar dichos trabajos en el amplio contexto que aquí se señala, debería ayudar a originar sus implicaciones revolucionarias.
[1] Estos tres dominios parecen tan completamente diferentes en carácter que con frecuencia se los ha tratado como “mundos en sí mismos”, separados. Por ejemplo, durante el siglo 18 y a principio del siglo 19, era creencia común de los llamados vitalistas, entre otros, que la diferencia entre la materia viva y la “muerta” se debe a que en los organismos vivos está presente un tipo especial de “energía viva”, “fuerza viva” u otra entidad física única de la materia viva. Había muchas dudas, por ejemplo, de si las substancias químicas orgánicas generadas por los organismos vivos pueden, aun en principio, sintetizarse en el laboratorio, fuera de los tejidos vivos. Al mismo tiempo, por siglos, los filósofos se mantenían ocupados con la pregunta de cómo el alma actúa sobre el cuerpo, dado que la mente o alma, y las ideas y pensamientos generados por ella, parecen ser entidades de una naturaleza completamente diferente de la de los cuerpos materiales.
[2] Ni siquiera menciono el campo de la “vida artificial”, gemelo siamés de la seudociencia, igual de absurda, de la “inteligencia artificial”. Por la actual popularidad de ambas vale la pena preguntar si de veras las computadoras se han vuelto inteligentes o más bien la gente se ha vuelto estúpida.
[3] Ver, por ejmplo, Lyndon H. LaRouche, Jr. “En defensa de la estrategia”, xxxxx, TAL QUINCENA DE TAL MES de 0000, y “Where Do We Attach the Head?” 21st Century, otoño de 2000, página 47.
[4] Aquí no quiero implicar que el Hombre per se, sin ninguna restricción, represente el principio más elevado que gobierna el universo. Sólo en la medida que el Hombre obedezca a la Razón, es que el Hombre puede aumentar continuamente su poder sobre las fuerzas de la naturaleza. El único potencial del Hombre, respecto a otras especies vivas, reside en su capacidad de raciocinio. Si esa capacidad se fomenta y desarrolla en cada individuo, o si se destruye voluntariamente, es el asunto político central que enfrenta el mundo hoy día.
[5] Véase la nota 3.
[6] Véase “Russian Scientists Replicate ‘Impossible’ Mitogenetic Radiation,” 21st Century, invierno de 2000–2001, página 60.
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La biosfera y la noosfera
por Vladimir I. Vernadsky
A continuación reproducimos extractos de un artículo que escribió el famoso científico ruso–ucraniano Vladimir I. Vernadsky en diciembre de 1943. Originalmente lo publicó la revista American Scientist en inglés en enero de 1945. Esta versión en español, que es la primera que hay, que sepamos, viene de una adaptación que publicó en inglés EIR, en Vladimir I. Vernadsky coordinación con Rachel Douglas, quien comparó la traducción del doctor George Vernadsky de la Universidad de Yale con la edición original en ruso del libro de Vernadsky, Biosfera (Moscú: Mysl Publishing House, 1967). Omitimos los pies de página.
La noosfera
. . . Estamos llegando al clímax de la Segunda Guerra Mundial. En Europa la guerra reinició en 1939, luego de una pausa de 21 años; en Europa Occidental ha durado cinco años, y de nuestro lado, en Europa Oriental, va por su tercer año. En cuanto al Lejano Oriente, la guerra reinició ahí mucho antes, en 1931, y ya va en su doceavo año. Una guerra de tal poderío, duración e intensidad es un fenómeno sin paralelo en la historia de la humanidad y de la biosfera en general. Es más, le antecedió la Primera Guerra Mundial, la cual, aunque de menor poderío, tiene un nexo causal con la presente.
En nuestro país esa Primera Guerra Mundial desembocó en una nueva forma de Estado que no tiene precedentes en la historia, no sólo en la esfera de la economía, sino también en la de las aspiraciones de las nacionalidades. Desde la óptica del naturalista (y de modo parecido, creo yo, de la del historiador) una fenómeno histórico de semejante poderío puede y debe examinarse como parte de un solo proceso geológico terrestre grandioso, y no como un mero proceso histórico.
La Primera Guerra Mundial se refleja en mi trabajo científico del modo más decisivo. Cambió de forma radical mi concepción geológica del mundo. Es en la atmósfera de esa guerra que he abordado un concepto de la naturaleza en ese momento olvidado y, así, nuevo para mí y para otros, un concepto geoquímico y biogeoquímico que abarca la naturaleza viva y la no viva desde la misma perspectiva. Pasé los años de la Primera Guerra Mundial en mi trabajo científico creativo ininterrumpido, el cual he continuado hasta ahora de manera constante en la misma dirección.
Hace 28 años, en 1915, se formó en la Academia de Ciencias una “Comisión para el Estudio de las Fuerzas Productivas” de nuestro país, la llamada KEPS. Esa comisión, de la cual fui elegido presidente, tuvo una función destacada en el período decisivo de la Primera Guerra Mundial. Por completo de improviso, en medio de la guerra, a la Academia de Ciencias le quedó claro que en la Rusia zarista no había datos precisos en cuanto a las ahora llamadas materias primas estratégicas, y tuvimos que recabar y digerir datos dispersos con rapidez a fin de llenar la laguna en nuestro conocimiento. Por desgracia, para cuando empezó la Segunda Guerra Mundial sólo se conservó a la parte más burocrática de esa comisión, el llamado Consejo de las Fuerzas Productivas, y fue necesario restaurar sus otros componentes a toda prisa.
Al abordar el estudio de los fenómenos geológicos desde una perspectiva geoquímica y biogeoquímica, hemos de comprender la totalidad de la naturaleza circundante en el mismo aspecto atómico. Para mí, dicho enfoque coincide de modo inconciente con lo que caracteriza a la ciencia del siglo 20 y la distingue de la de los siglos pasados. El siglo veinte es el siglo del atomismo científico.
Resulta que en ese entonces, en 1917–1918, yo estaba, de pura casualidad, en la Ucrania, y no pude regresar a Petrogrado sino hasta 1921. En todos esos años, dondequiera que residía mis pensamientos apuntaban a las manifestaciones geoquímicas y biogeoquímicas de la naturaleza circundante, la biosfera. Al tiempo que las observaba, de manera simultánea dirigía mis lecturas y mis reflexiones a este tema de un modo intenso y sistemático. Expuse de forma gradual las conclusiones a las que llegaba, en la medida que iban formándose, a través de conferencias e informes que presentaba en cualquier ciudad en la que estuviera, en Yalta, Poltava, Kíev, Simferópol, Novorossisk, Rostov, etc. Además, en casi cada ciudad en la que estuve, solía leer todo lo que había relacionado con el problema en su sentido más amplio. Dejé de lado cuanto puede las aspiraciones filosóficas y traté de apoyarme sólo en hechos empíricos y científicos con firmeza establecidos y en generalizaciones, permitiéndome de vez en cuando recurrir a hipótesis científicas de trabajo. En vez del concepto de “vida”, introduje el de “materia viva”, el cual ahora parece estar establecido con firmeza en la ciencia. La “materia viva” es la totalidad de los organismos vivos. No es sino una generalización científica empírica de hechos indisputables en términos empíricos que son de todos conocidos, y observables con facilidad y precisión. El concepto de “vida” siempre rebasa las fronteras del concepto de “materia viva”; entra al reino de la filosofía, el folclore, la religión y las artes. Todo lo que queda fuera de la noción de “materia viva”.
En lo más tupido de la vida hoy día, tan intensa y compleja como es, una persona, y toda la humanidad de la cual es inseparable, prácticamente olvida que está conectada de un modo indivisible con la biosfera, con esa parte específica del planeta donde viven. Es común hablar del Hombre como un individuo que se mueve con libertad por nuestro planeta, y que con libertad construye su propia historia. Hasta ahora, ni los historiadores ni los científicos de humanidades, ni hasta cierto grado los biólogos siquiera, han tomado en consideración de manera conciente las leyes de la naturaleza de la biosfera, la envoltura de la Tierra que es el único lugar donde puede existir la vida. El Hombre es elementalmente indivisible de la biosfera. Y esta inseparabilidad apenas ahora empieza a quedarnos clara con precisión. En realidad no existe ningún organismo vivo en un estado libre en la Tierra. Todos estos organismos están conectados de modo inseparable y continuo —primero y antes que nada por la alimentación y la respiración— con su ambiente energético–material.
El destacado académico de Petersburgo, Caspar Wolf (1733–1794), quien dedicó toda su vida a Rusia, lo expresó de manera brillante en su libro, que fue publicado en alemán en San Petersburgo, en 1789, el año de la Revolución Francesa: Sobre la fuerza peculiar y eficiente, característica de la sustancia vegetal y animal. A diferencia de la mayoría de los biólogos de su época, él se apoyaba en Newton, más que en Descartes.
La humanidad, en tanto materia viva, está conectada de manera inseparable con los procesos energético–materiales de una envoltura geológica específica de la Tierra, su biosfera. La humanidad no puede ser independiente de la biosfera en lo físico, ni por un minuto.
El concepto de la “biosfera”, es decir, del “dominio de la vida”, lo introdujo en la biología [Jean–Baptiste de Monet, caballero de] Lamarck (1744–1829) en París, a comienzos del siglo 19; y en la geología, Edward Suess (1831–1914) en Viena, a fines de ese siglo. En nuestro siglo hay un entendimiento por completo nuevo de la biosfera. Está surgiendo como un fenómeno planetario de naturaleza cósmica. En la biogeoquímica tenemos que considerar que la vida (los organismos vivos) en realidad no sólo existe en nuestro planeta, no sólo en la biosfera de la Tierra. Me parece que esto ha quedado establecido más allá de toda duda, hasta ahora, para todos los llamados planetas terrestres, o sea, Venus, la Tierra y Marte. En el Laboratorio Biogeoquímico de la Academia de Ciencias de Moscú, a la que han rebautizado como el Laboratorio de Problemas Geoquímicos, en colaboración con el Instituto de Microbiología de la Academia de Ciencias (el director y académico correspondiente B.L. Isachenko), ya desde 1940 identificamos la vida cósmica como un objeto de estudio científico. Este trabajo fue suspendido debido a la guerra, y habrá de reanudarse a la primera oportunidad.
La idea de la vida en tanto fenómeno cósmico la han hallado en los archivos científicos, entre ellos los nuestros, desde hace mucho tiempo. Hace siglos, a fines del siglo 17, el científico holandés Christiaan Huygens (1629–1695) en su última obra, Cosmotheoros, que fue publicada de manera póstuma, formulaba esta cuestión científica. El libro fue publicado en ruso dos veces en el primer cuarto del siglo 18, a iniciativa de Pedro I. En este libro, Huygens establece la generalización científica de que “la vida es un fenómeno cósmico, de algún modo marcadamente distinto a la materia no viva”. Yo bauticé hace poco esta generalización como “el principio de Huygens”.
Por su peso, la materia viva comprende una parte minúscula del planeta. Es evidente que éste ha sido el caso a lo largo de todo el tiempo geológico, es decir, que es eterna en términos geológicos. La materia viva está concentrada en una capa delgada y más o menos continua de la troposfera en tierra seca —en campos y bosques—, y penetra el océano entero. En cantidad, no mide más de décimas de uno por ciento del peso de la biosfera, en el orden de cerca del 0,25%. En terreno seco, su masa continua alcanza una profundidad quizás menor a 3 km en promedio. No existe fuera de la biosfera.
En el transcurso del tiempo geológico la materia viva cambia su morfología según las leyes de la naturaleza. La historia de la materia viva cobra expresión como una modificación lenta de las formas de los organismos vivos que de forma ininterrumpida están conectados en términos genéticos entre ellos mismos, de generación a generación. Esta idea vino surgiendo en la investigación científica a través de las épocas, hasta que en 1859 obtuvo una base sólida con los grandes logros de Charles Darwin (1809–1882) y [Alfred Russell] Wallace (1822–1913). Fue forjada en la doctrina de la evolución de las especies de plantas y animales, incluido el Hombre. El proceso evolutivo sólo es característico de la materia viva. No hay manifestaciones suyas en la materia no viva de nuestro planeta. En la Era Criptozoica se formaban los mismos minerales y rocas que se forman ahora. Las únicas excepciones son los cuerpos naturales bioinertes unidos de un modo u otro con la materia viva.
El cambio en la estructura morfológica de la materia viva observado en el proceso de evolución conduce de forma inevitable a un cambio en su composición química. Esta cuestión ahora requiere de verificación experimental. En colaboración del Instituto de Paleontología de la Academia de Ciencias, incluimos este problema en nuestro trabajo planificado en 1944.
En tanto que la cantidad de materia viva es despreciable con relación a la masa no viva y bioinerte de la biosfera, las rocas biogénicas constituyen gran parte de su masa y rebasan con mucho las fronteras de la biosfera. Sujetos al fenómeno de metamorfismo, se convierten, perdiendo toda traza de vida, en la envoltura granítica, y dejan de ser parte de la biosfera. La envoltura granítica de la Tierra es la región de las biosferas anteriores. En el libro de Lamarck, Hidrogeología (1802), que contiene muchas ideas admirables, la materia viva, del modo que lo entiendo, se reveló como la creadora de las principales rocas de nuestro planeta. Lamarck nunca aceptó el descubrimiento de [Antoine Laurent de] Lavoisier (1743–1794). Pero ese otro gran químico, J.B. Dumas (1800–1884), el contemporáneo más joven de Lamarck que si aceptó el descubrimiento de Lavoisier y que estudió con intensidad la química de la materia viva, también fue un adherente por mucho tiempo de la noción de la importancia cuantitativa de la materia viva en la estructura de las rocas de la biosfera.
Los contemporáneos más jóvenes de Darwin, J.D. Dana (1813–1895) y J. Le Conte (1823–1901), grandes geólogos estadounidenses ambos (y Dana, minerólogo y biólogo también), plantearon, aun antes de 1859, la generalización empírica de que la evolución de la materia viva procede en una dirección definida. A este fenómeno Dana lo llamó “cefalización”, y Le Conte, la “Era Psicozoica”. Dana, al igual que Darwin, adoptó esta idea durante su viaje alrededor del mundo, el cual inició en 1838, dos años después del regreso de Darwin a Londres, y duró hasta 1842.
Cabe señalar aquí que la expedición en la que Dana sacó sus conclusiones sobre la cefalización, los bancos de coral, etc., estuvo asociada en la historia con las investigaciones sobre el océano Pacífico realizadas en viajes oceánicos de navegantes rusos, en particular Kruzenshtern (1770–1846). Publicadas en alemán, inspiraron al abogado estadounidense John Reynolds a organizar el primero de dichos viajes científicos estadounidenses por mar. Empezó a trabajar en esto en 1827, cuando salió un relato en alemán de la expedición de Kruzenshtern. No fue sino hasta 1838, once años después, que sus esfuerzos tenaces se tradujeron en esta expedición. Ésta fue la expedición de [Charles] Wilkes, que de forma concluyente probó la existencia de la Antártida.
Las nociones empíricas de una dirección definida del proceso evolutivo, aunque sin ningún intento por fundamentarlo de forma teórica, se remontan a ya avanzado el siglo 18. [Georges Louis Leclerc, conde de] Buffon (1707–1788) habló del “dominio del Hombre”, por la importancia geológica del Hombre. La idea de la evolución le era ajena. Así también le era [Jean Louis Rodolphe] Agassiz (1807–1873), quien introdujo la idea del período glacial en la ciencia. Agassiz vivió en un período de florecimiento impetuoso de la geología. Él admitía que, en lo geológico, había llegado el dominio del Hombre, pero, por sus principios religiosos, era contrario a la teoría de la evolución. Le Conte señala que Dana, quien antes tenía una opinión afín a la de Agassiz, en los últimos años de su vida aceptó la idea de la evolución en su entonces común interpretación darwiniana. Desapareció así la diferencia entre la “Era Psicozoica” de Le Conte y la “cefalización” de Dana. Es de lamentar que, en especial en nuestro país, esta importante generalización empírica aún sigue fuera de la mira de nuestros biólogos.
La solidez del principio de Dana, que resulta que está fuera de la mira de nuestros paleontólogos, puede verificarlo con facilidad cualquiera que esté dispuesto a hacerlo sobre la base de cualquier tratado moderno de paleontología. El principio no sólo abarca a todo el reino animal, sino que se revela de igual manera con claridad en especies particulares de animales. Dana señalaba que en el transcurso del tiempo geológico, al menos 2.000 millones de años y quizá mucho más, ocurre un proceso irregular de crecimiento y perfección del sistema nervioso central, empezando con los crustáceos (cuyo estudio Dana usó para establecer su principio), los moluscos (cefalópodos), y terminando con el Hombre. Es este fenómeno al que llamó cefalización. El cerebro, una vez que alcanza cierto nivel en el proceso de evolución, no está sujeto a la retrogresión, sino que sólo puede progresar más.
Partiendo de la noción de la función geológica del Hombre, el geólogo A.P. Pávlov (1854–1929) en los últimos años de su vida solía hablar de la Era Antropogénica en la que vivimos ahora. Aunque no consideró la posibilidad de la destrucción de los valores espirituales y materiales que ahora presenciamos en la bárbara invasión de los alemanes y sus aliados, poco más de diez años después de su muerte, puso de relieve, de manera correcta, que el Hombre, ante nuestros propios ojos, está deviniendo en una fuerza geológica poderosa y siempre creciente. Esta fuerza geológica cobró forma de manera imperceptible en un período largo de tiempo. Coincidió con esto un cambio en la posición del Hombre en nuestro planeta (primero que nada, en su posición material). En el siglo 20 el Hombre, por primera vez en la historia de la Tierra, conoció y abarcó toda la biosfera, completó el mapa geográfico del planeta Tierra, y colonizó toda su superficie. La humanidad devino en una sola totalidad en la vida de la Tierra. No hay ningún lugar de la Tierra donde el Hombre no pueda vivir si así lo quiere. Nuestra gente habitando el hielo flotante del Polo Norte en 1937–1938 ha probado esto de modo patente. Al mismo tiempo, debido a las maravillosas técnicas y éxitos del pensamiento científico, la radio y la televisión, el Hombre puede hablar de forma instantánea con quienquiera que desee en cualquier lugar de nuestro planeta. El transporte aéreo ha alcanzado una velocidad de varios cientos de kilómetros por hora, y no ha llegado a su máximo. Todo esto es resultado de la “cefalización”, del crecimiento del cerebro del Hombre y del trabajo que su cerebro dirige.
El economista L. Brentano ilustró la importancia planetaria de este fenómeno con los siguientes cálculos asombrosos: si le asignaran a cada Hombre un metro cuadrado, y si colocaran a cada Hombre hombro con hombro, no ocuparían ni el área del pequeño lago de Constanza que está entre las fronteras de Baviera y Suiza. El resto de la superficie de la Tierra quedaría sin hombres. Así, la totalidad de la humanidad junta representa una masa insignificante de la materia del planeta. Su fortaleza no deriva de su materia, sino de su cerebro. Si el Hombre entiende esto, y no usa su cerebro y su trabajo para la autodestrucción, se abre ante sí un futuro inmenso en la historia geológica de la biosfera.
El proceso geológico evolutivo muestra la unidad biológica y la igualdad de todos los hombres, Homo sápiens y sus ancestros, Sinántropos y otros; su progenie en la mezcla de las razas blanca, roja, amarilla y negra evoluciona sin cesar en incontables generaciones. Ésta es una ley de la naturaleza. Todas las razas pueden cruzarse y producir retoños fértiles. En un marco histórico, como por ejemplo en una guerra de tal magnitud como la actual, termina por ganar quien sigue esa ley. Uno no puede oponerse impune al principio de la unidad de todos los hombres como una ley de la naturaleza. Uso aquí la frase “ley de la naturaleza”, del modo que las ciencias física y química usan cada vez más este término, en el sentido de una generalización empírica establecida con precisión.
El proceso histórico cambia de forma radical ante nuestros propios ojos. Por primera vez en la historia de la humanidad los intereses de las masas, por un lado, y el libre pensamiento de los individuos, por el otro, determinan el curso de la vida de la humanidad y brindan las pautas para las meras ideas de justicia. La humanidad en su conjunto está convirtiéndose en una fuerza geológica poderosa. Ahí surge el problema de la reconstrucción de la biosfera en el interés de la humanidad librepensante como una sola totalidad. Este nuevo estado de la biosfera, al cual nos acercamos sin percatarnos, es la noosfera.
En mi disertación en la Sorbona de París en 1922–23, acepté la fenomenología biogeoquímica como la base de la biosfera. El contenido de parte de estas disertaciones salió publicado en mi libro Estudios de Geoquímica, que apareció primero en francés en 1924, y luego en una traducción rusa en 1927. El matemático francés y filósofo bergsoniano Le Roy aceptó el fundamento biogeoquímico de la biosfera en tanto punto de partida, y en sus disertaciones en el Collège de Francia en París, introdujo en 1927 el concepto de la noosfera como la fase geológica por la cual atraviesa la biosfera ahora. Él destacaba que llegó a semejante noción en colaboración de su amigo Teilhard de Chardin, un gran geólogo y paleontólogo que ahora trabaja en China.
La noosfera es un fenómeno geológico nuevo en nuestro planeta. En él, por primera vez el Hombre deviene en una fuerza geológica a gran escala. Puede y debe reconstruir la esfera de su vida mediante su trabajo y pensamiento, reconstruirla de forma radical en comparación con el pasado. Se abren ante él posibilidades creativas cada vez más amplias. Puede que la generación de nuestros nietos se acercará a su florecimiento.
Aquí se nos presenta un nuevo enigma. El pensamiento no es una forma de energía. ¿Cómo, entonces, puede cambiar los procesos materiales? Esa interrogante aún no ha sido contestada. Hasta donde sé, el primero que la planteó fue un científico estadounidense nacido en Lvov, el matemático y biofísico Alfred Lotka. Pero no pudo contestarla. Como [Johann Wolfgang von] Goethe (1740–1832), quien no sólo era un gran poeta sino un gran científico también, en una ocasión señaló que en la ciencia sólo podemos saber cómo ocurre algo, pero no podemos saber por qué ocurrió.
En cuanto a la llegada de la noosfera, a cada paso vemos a nuestro alrededor las consecuencias empíricas de ese proceso “incomprensible”. Esa rareza mineralógica, el hierro puro, ahora se produce por miles de millones de toneladas. El aluminio puro, que no nunca antes existió en nuestro planeta, ahora se produce en cualquier cantidad. Lo mismo es cierto en cuanto al número incontable de combinaciones químicas artificiales (minerales biogénicos “culturales”) recién creados en nuestro planeta. La cantidad de tales minerales artificiales crece todo el tiempo. Todas las materias primas estratégicas pertenecen ahí. En términos químicos, el Hombre está cambiando drásticamente la faz de nuestro planeta, la biosfera, de modo conciente y, más aún, de forma inconciente. El Hombre cambia la física y la química de la envoltura aérea de la tierra, así como de todas sus aguas naturales. En el siglo 20, a resultas del crecimiento de la civilización humana, los mares y las partes de los océanos más cercanas a las costas han cambiado de forma cada vez más marcada. El Hombre tiene que tomar ahora cada vez más medidas para preservar la riqueza de los mares, que hasta ahora no pertenecían a nadie, para las generaciones futuras. Además de esto, el Hombre está creando nuevas especies y razas de animales y plantas. Los sueños de los cuentos de hadas parecen posibles en el futuro; el Hombre está esforzándose por salir de las fronteras de su planeta hacia el espacio cósmico. Y probablemente lo hará.
Al presente no podemos darnos el lujo de no advertir que en la gran tragedia histórica que vivimos, hemos elegido elementalmente la vía correcta que lleva a la noosfera. Digo elementalmente, en tanto que toda la historia de la humanidad procede en esta dirección. Los historiadores y los dirigentes políticos apenas empiezan a acercarse a una comprensión del fenómeno de la naturaleza desde esta perspectiva. El enfoque de Winston Churchill (1932) al problema, desde el ángulo de un historiador y dirigente político, es muy interesante.
La noosfera es la última de muchas fases de la evolución de la biosfera en la historia geológica. El curso de esta evolución apenas comienza a quedarnos claro mediante un estudio de algunos de los aspectos del pasado geológico de la biosfera. Permítaseme mencionar unos cuantos ejemplos. Hace 500 millones de años, en la era geológica Cámbrica, aparecieron por primera vez en la biosfera las formaciones esqueléticas de animales, ricas en calcio; las de las plantas aparecieron hace unos 2.000 millones de años. Esa función del calcio de la materia viva, ahora desarrollada con potencia, fue uno de los factores evolutivos más importantes del cambio geológico de la biosfera. Un cambio no menos importante en la biosfera ocurrió hace unos 70 a 110 millones de años, en la era del sistema Cretácico, y en especial durante el Terciario. Fue en esa época que cobraron forma por primera vez nuestros bosques verdes, que tanto apreciamos. Éste es otro gran estado evolutivo, análogo a la noosfera. Quizás fue en estos bosques que apareció el Hombre hace alrededor de 15 o 20 millones de años.
Vivimos ahora en el período de un nuevo cambio evolutivo geológico de la biosfera. Estamos entrando a la noosfera. Este nuevo proceso geológico elemental ocurre en un momento tempestuoso, en la época de una guerra mundial destructiva. Pero el hecho importante es que nuestros ideales democráticos están a tono con los procesos geológicos elementales, con la ley de la naturaleza, y con la noosfera. Por tanto, podemos enfrentar el futuro con confianza. Está en nuestras manos. No lo dejaremos ir.
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Vladimir Vernadsky fue un teórico clave del desarrollo, durante la primera mitad del siglo pasado, del concepto de biosfera (Biosfera, 1926)el cual tomó como su punto de partida para llegar a la noción de la noosfera. Aunque él nunca usó la palabra “tecnósfera”, el prerequisito de Vernadsky para el surgimiento de la noosfera presupone su existencia, porque en su percepción el creciente de la impacto de la industrialización estaba cambiando el paisaje y, por ello, se estaba afectando la propia geología terrestre, dando lugar a una fase evolutiva que definió como la transición biosfera-noosfera. Vernadsky fue agudamente conciente de las implicaciones políticas y ambientales del aumento acelerado de la reproducción de la máquina en la sociedad de su época, que ocurría a través de la proliferación de las fábricas y los conglomerados industriales y consideró que este era un proceso de crecimiento que se daba en forma de progresión geométrica y que hacía que el Hombre se transforme en una fuerza geológica a gran escala. Sin embargo para él, el Hombre representaba una masa insignificante de la materia disponible e incluso de la misma biomasa, por lo que su operación se realizaba a través de la acción del pensamiento, haciendo que la física y química de la envoltura terrestre y, hoy en día, hasta las condiciones climáticas se modifiquen por su presencia y acción. Hoy podemos afirmar que una prueba de ello es el calentamiento global del que estamos siendo testigos. Poco conocido en occidente, Vernadsky goza de una enorme estatura en Rusia donde su pensamiento ha influenciado a toda la ciencia rusa.
Se agrega, que en la teoría original de Vernadsky, la noosfera es la tercera de una sucesión de fases del desarrollo de la Tierra, después de la la geosfera (materia inanimada) y la biosfera (vida biológica). Tal como la emergencia de la vida ha transformado fundamentalmente la geosfera, la emergencia de la cognición humana transforma la biosfera.
En contraste con las concepciones de los teóricos de Gaia o de los promotores del ciberespacio, la noosfera de Vernadsky emege en el punto en donde el género humano, mediante la maestría en los procesos nucleares, empieza a crear recursos mediante la transmutación de elementos.
La teoría de la Noosfera sería recogida mas tarde por el teólogo cristianoPierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Teilhard explica la noosfera como un espacio virtual en el que se da el nacimiento de la psíquis (noogénesis), un lugar donde ocurren todos los fenómenos (patológicos y normales) del pensamiento y la inteligencia. Para Teilhard, la evolución tiene igualmente 3 fases o etapas: la geósfera (o evolución geológica), la biósfera (o evolución biológica), la noósfera (o evolución de la conciencia universal). Esta última, conducida por la humanidad, alcanzará la última etapa de la evolución en la cristósfera.
También entiende que la noosfera es el estrato que conduce la energía liberada en el acto del pensamiento. Está a la altura de las cabezas humanas, interconectando toda la energia del pensamiento y generando la conciencia universal. En palabras de Teilhard: «Creo que el Universo es una Evolución. Creo que la Evoluciónva hacia el Espíritu. Creo que el Espíritu se realiza en algo personal. Creo que lo Personal supremo es el Cristo Universal».
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Por qué las mentes muertas no pueden conocer
la noosfera
por Jonathan Tennenbaum
Este artículo es una introducción a la traducción, del trabajo que el biogeoquímico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky escribiera en 1938 sobre la diferencia entre los cuerpos vivos y los no vivos en la biosfera.
Desde tiempos remotos hasta nuestros días, quienes han tratado de comprender la organización de nuestro Universo han distinguido por lo general tres clases o dominios principales de fenómenos: primero, los fenómenos que ocurren en la materia inerte o no viva, al margen de la acción de los organismos vivos. Segundo, los procesos vivos, es decir, el dominio de la biología. Y tercero, los procesos relacionados con la actividad cognoscitiva de la mente humana.
Pero, con el triunfo del pensamiento reduccionista en las ciencias naturales, y sobre todo con el vasto progreso de la biología molecular desde mediados del siglo 20, la línea divisoria entre lo vivo y no vivo se ha hecho más y más borrosa, y aun inexistente, en la mente de los científicos.
El error del reduccionismo
El no reconocer esta tercera alternativa —a pesar del trabajo de Vernadsky, y a pesar de que el asunto esencial ya lo conocían, desde mucho antes, Leibniz y aun Platón— deja ver un error metodológico elemental que impregna tanto a la biología molecular moderna como a los intentos de Schrödinger, Prigogine y otros de abordar la física de los procesos vivos.
La naturaleza del error fue identificada claramente hace más de 500 años por el gran pensador renacentista Nicolás de Cusa en su crítica al trabajo de Arquímedes sobre la cuadratura del círculo: si tratamos de aproximarnos a un círculo mediante una serie de polígonos regulares inscritos con un número cada vez mayor de lados, pareciera que nos acercamos cada vez más al círculo, pero en realidad nunca podemos alcanzar el círculo. Aun si el número de lados del polígono hipotéticamente se hiciera infinito, todavía no llegaría a la identidad completa con el círculo, porque el círculo es unaespecie superior de ente geométrico. El círculo representa un principio superior, es decir, el de la acción rotativa continua, que está ausente por completo del dominio lineal de los polígonos. Aunque los polígonos se pueden construir a partir del círculo —y es ese sentido el círculo subsume, como “especie superior” a la “especie inferior” de los polígonos—, no hay manera de construir el círculo a partir de los polígonos.
Sin embargo, muchos geómetras, entre otros, dedicaron indecibles esfuerzos, a lo largo de los siglos, en intentos infructuosos de cuadrar el círculo, cometiendo así el mismo tipo de error que aquellos que, desde los tiempos de Pitágoras, se negaron a aceptar la existencia de magnitudes incomensurables en la geometría. El mismo error surgió después, en la resistencia al concepto de Leibniz del cálculo infinitesimal y en la acérrima oposición de Kronecker y otros a la introdución de los números transfinitos de Georg Cantor.
Los intentos de los biólogos moleculares de tratar a los organismos vivos como “máquinas moleculares” ilustra perfectamente el problema.
No hay duda alguna de que en las células vivas tienen lugar los vastos y intrincados conjuntos de reacciones bioquímicas y procesos relacionados que se han identificado con los métodos de la biología molecular moderna. Parece ser también que los cambios en la célula viva siempre se puedencorrelacionar de algún modo con cambios en la configuración y movimiento de las moléculas. De manera que casi no hay duda de que la biología molecular puede dar una imagen aproximada del funcionamiento de los procesos vivos —tal vez hasta el punto de una “convergencia asintótica”— en la forma de mapas cada vez más detallados de la presunta “maquinaria molecular” de las células. Esos mapas corresponden, en el sentido metodológico, a los polígonos con más y más lados de que hablaba Nicolás de Cusa.
Ahora viene la dificultad: ninguna de las aproximaciones biológicas moleculares, tomada en sí misma, puede dar cuenta de las características funcionales de la materia viva en la biosfera, como lo demuestra Vernadsky. Nunca llegamos, por así decirlo, a la “parte viva”, es decir, a la característica única de acción que distingue a los procesos vivos de los no vivos.[1] Esa característica superior tiene con el dominio de la “maquinaria molecular” una relación análoga a la que tiene la acción circular con la acción lineal de los polígonos de Nicolás de Cusa.
Para pasar de esta observación, a primera vista puramente negativa, de los límites de los métodos reduccionistas, volvamos a la división del Universo en tres dominios y observemos las contribuciones específicas de Vernadsky y de su sucesor en esta materia, Lyndon LaRouche.
La materia viva en la biosfera
La comprensión científica de la división tripartita del Universo empieza cuando dejamos a un lado la tendencia ingenua de interpretar la base de la distinción entre esos tres dominios desde el punto de vista de las propiedades supuestamente inherentes de los objetos per se —por ejemplo, objetos vivos y no vivos—. De lo que se trata en realidad, como lo subrayó Leibniz, es de distintas clases de principios físicos, todos los cuales actúan sobre el Universo al mismo tiempo y se mantienen en una relación jerárquica bien definida entre sí. Esa relación jerárquica es el aspecto medular de la obra de Vernadsky.
Consideremos la actividad característica de la materia viva sobre la Tierra, ejemplificada en el caso de las plantas. Las plantas crecen y se sustentan merced a su capacidad de absorber agua, minerales y otros materiales inorgánicos del subsuelo, así como moléculas gaseosas de la atmósfera, y de transformar todo este material no vivo, en tejido vivo. De ese modo, ¡la materia no viva se ha transformado en materia viva!
Visto esto a escala microscópica, surge la pregunta: ¿cuál es la naturaleza del cambio físico que ocurre durante esta transformación? ¿en qué difiere, por ejemplo, un átomo de nitrógeno que ahora forma parte del tejido vivo de la planta de su existencia anterior en el fertilizante mineral que el agricultor puso en el suelo?
Los biólogos moleculares de hoy día lo caracterizarían como un mero cambio de enlaces químicos del átomo de nitrógeno en el tejido vivo —por ejemplo, en una proteína u otra molécula orgánica— en comparación con el compuesto inorgánico del que formaba parte en el fertilizante. Quizá hasta se apresuren a añadir que los mismos enlaces orgánicos pueden obtenerse igual de bien en el laboratorio, fuera del tejido vivo. Por eso, a su juicio, no hay ningún cambio atómico o molecular que pueda demostrarse que sea único de los procesos vivos.
Sin embargo, algunos biofísicos modernos estarían, con toda razón, en desacuerdo con las conclusiones de los químicos simplistas. Señalarían, por ejemplo, que el estado físico de un átomo no depende nada más de los meros enlaces químicos; el comportamiento de los átomos y moléculas en el tejido vivo esta modificado por un campo electromagnético cuántico común, que impone el acoplamiento de procesos que ocurren en lugares distantes dentro del tejido vivo. Justamente este rasgo es objeto de investigaciones experimentales actualmente en marcha.
Pero, con respuestas semejantes, ni el químico ni el biofísico habrán tenido en cuenta el aspecto más elemental del proceso en discusión, a saber: el papel activo que desempeña el propio organismo vivo, de imponer, por decirlo así, un estado superior de organización a la materia no viva. De este modo, el organismo actúa como la causa física de una transformación extremadamente dirigida y continua de su medio ambiente.
Tiempo geológico
Fue Vladimir Vernadsky quien más claramente reconoció y demostró la naturaleza de esa transformación biogénica, al cambiar el foco de la investigación del nivel de los organismos individuales aislados a la suma de toda la materia viva existente en la Tierra en un momento, y al estudiar el efecto de la materia viva en su medio ambiente (la biosfera) durante el lapso más prolongadoal alcance de la observación precisa: el tiempo geológico. Y así, en lugar de la pregunta peligrosamente abstracta “¿Qué es la vida?”, Vernadsky planteó una pregunta geológica concreta, referida al papel específico de la materia viva en la historia geológica de nuestro planeta.
Las conclusiones principales de Vernadsky, basadas en el análisis de una enorme cantidad de datos empíricos, pueden resumirse como sigue:
(1) En el curso de la evolución, el agregado de “energía libre” de la materia viva en la biosfera —su capacidad de producir trabajo en el medio ambiente— ha aumentado constantemente.
(2) Como resultado de ese aumento de energía libre, la materia viva se ha convertido en la fuerza geológica más poderosa de la biosfera, a pesar de que la masa total de los organismos vivos mismos siga siendo una fracción casi infinitesimal de la masa total creciente de materia que su actividad afecta directa o indirectamente dentro de la biosfera.
(3) A lo largo de la evolución, la materia viva ha ampliado constantemente la “envoltura” de la Tierra poblada de organismos vivos, es decir la biosfera, extendiéndola hacia lo alto de la atmósfera, a las profundidades de los océanos y cada vez más profundamente en la corteza terrestre.
(4) La capacidad de realizar este tipo específico de desarrollo evolucionario, que conduce a un aumento contínuo de la energía libre de los procesos vivos en la biosfera, es única de los organismos vivos, y no se encuentra en el dominio de lo no vivo.
Análisis situs
Pero Vernadsky añade un concepto decisivo:
Con el surgimiento del Hombre y de la sociedad humana, la biosfera entra a una nueva fase, que Vernadsky denominó noosfera, en la que la razón creadora humana se hace cada vez más la influencia conductora dominante de la expansión y el desarrollo ulteriores de la biosfera, incluída su probable expansión más allá de la Tierra, en el Sistema Solar y más allá.[2]
En cuanto a la cuestión de la noosfera y al papel de la razón humana, el trabajo de Vernadsky quedó incompleto. La continuación directa y la consumación de lo que empezó Vernadsky está en el trabajo del economista y estadista estadounidense Lyndon LaRouche.[3] Entre otras cosas, LaRouche demostró:
(1) La distinción absoluta entre el Hombre y todas las demás formas de vida en la biosfera está demostrada empíricamente por el hecho de que la especie humana ha sido capaz, a través de cambios deliberados y mejoras en las formas de actividades individuales y sociales en la biosfera, de aumentar el total de su población posible en más de mil veces en el curso de su desarrollo prehistórico e histórico. Ninguna otra especie viva ha demostrado esta capacidad.
(2) La causa de ese aumento, a lo largo de la historia, del tamaño y la calidad de la población humana que puede sostenerse en el planeta, radica únicamente en los poderes creativos de la razón humana individual para descubrir, asimilar y aplicar nuevos principios científicos y descubrimientos análogos de principio en las artes y el estadismo, a fin de mejorar el poder del Hombre para gobernar las fuerzas de la Naturaleza (tecnología).
(3) La acción de la razón creativa individual, en la que se basa la capacidad de la especie humana de generar aumentos sucesivos de su potencial de población, tiene una forma específica y completamente única. Se basa en la capacidad de buscar y descubrir deliberadamente errores o imperfecciones en los supuestos comúnmente aceptadas en los que se funda la práctica de la sociedad, y en corregir o complementar dichos supuestos mediante el descubrimiento y la comprobación de un nuevo principio universal que se demuestre que gobierna el Universo, y al que se oponían o al menos no tenían en cuenta los supuestos o axiomas mentales anteriores.
(4) Los actos de descubrimiento creativo original y los actos de aprendizaje y resolución creativa de problemas —del tipo necesario para asimilar adecuadamente y aplicar esos descubrimientos (en forma de nuevas tecnologías) a la práctica exitosa de la sociedad— se generan únicamente dentro de los procesos mentales “soberanos” de los seres humanos individuales. De allí que el proceso de aumentar el potencial de población de la especie humana ocurre como una integración sucesiva de actos creativos mentales específicos de los individuos, que tienen el resultado neto de transformar la práctica general de la sociedad. Esta relación histórica única del individuo con el todo se encuentrasolamente en la sociedad humana u solamente en relación con la razón humana; no se encuentra para nada en los otros dos dominios, inferiores, del Universo.
Paradoja resuelta
Lo que Vernadsky hizo respecto a la relación entre los procesos vivos y los procesos no vivos en la biosfera, LaRouche lo hizo en lo tocante al naturaleza única de la razón humana respecto a losprocesos vivos en general. Con ello, LaRouche trajo las preguntas ¿qué es la razón humana? y ¿cuál es la distinción absoluta entre el Hombre y todas las demás especies vivas? al dominio de la demostración y la medición empírico-científicas rigurosas, en contraposición a lo que generalmente se ha considerado los reinos meramente “subjetivos” de la creencia religiosa y la especulación filosófica.
Combinando a LaRouche y Vernadsky, obtenemos un panorama más lúcido y poderoso de la división tripartita del Universo.
Nuestro asunto es la diferenciación entre tres clases o grupos interconexos de principios físicos que constituyen el conocimiento humano del Universo. Por razones de conveniencia designémoslos como sigue:
A representa los principios físicos propios de los procesos no vivos en general; B representa los principios físicos propios de las características únicas de acción de los procesos vivos en relación con los procesos no vivos; C representa los principios físicos propios de las características únicas de la razón humana.
Nótese el siguiente punto paradójico, pero decisivo: los principios físicos, mientras sean principios válidos del conocimiento humano, deben ser universales; deben aplicarse, por lo menos implícitamente, al universo en su totalidad. La unidad y la coherencia del Universo (y del conocimiento humano) parecieran así exigir que (por ejemplo) los principios que gobiernan a la materia no viva (clase A) deban aplicarse también de alguna manera a los procesos vivos; y, a la inversa, los principios de los procesos vivos (clase B) deben aplicarse también a los procesos no vivos; de igual modo para la claseC. Pero ¿no contradice esto la distinción absoluta y fundamental entre los procesos vivos y no vivos, y entre los procesos vivos y la razón humana, distinción demostrada por Vernadsky y LaRouche y que es el asunto de toda nuestra discusión hasta el momento?
El recordar la demostración de Vernadsky del dominio de los procesos vivos sobre la materia no viva en la biosfera, y la prueba relacionada de LaRouche respecto a la razón humana, nos muestra la solución de esta paradoja.
Los principios de los procesos vivos son principios de la acción a través de la cual la materia viva, como la fuerza geológica cada vez más dominante en la biosfera, “conquista” y “transforma” a la materia no viva. De igual modo, el poder demostrado del Hombre de aumentar deliberadamente su poder per cápita para controlar las fuerzas de la naturaleza, a través del ejercicio de la razón humana, apunta a la universalidad implícita de los principios que subyacen en la razón humana. En la medida en que el universo “obedece” a la razón humana,[4] la materia no viva está sujeta implícitamente a los principios de la razón humana, aunque de un modo diferente a la mente humana misma. A su vez, la materia viva, incluido el tejido cerebral que es un sustrato indispensable de la actividad humana mental, se compone de los mismos átomos y moléculas que la materia no viva; y la materia viva parece estar sujeta a los principios de la clase A, a la vez que no está completamente determinada por ellos.
Por lo tanto, lo que tenemos aquí es un universo multiconexo en el sentido de Bernard Riemann: los principios de las clases A, B, C actúan todos en un sólo y el mismo universo, simultáneamente e (implícitamente) en todas partes. Pero, al mismo tiempo, las tres clases de principios guardan entre sí una relación jerárquica definitiva A < B < C, desde el punto de vista de su poder físico o lo que Cantor llamó Mächtigkeit, y prueba de ello es el creciente dominio de la materia viva sobre la no viva y de la razón sobre los dominios vivo y no vivo dentro de la biosfera. Dado que tienen un Mächtigkeit diferente, las clases A, B, C están estrictamente diferenciadas entre sí, y, no obstante, existe una armonía general entre ellas, por cuanto definen conjuntamente un Universo autodesarrante y antientrópico.
Este tipo de relación de las clases de principios físicos, que está bien definida pero no se puede expresar en términos lógicos deductivos, es el asunto de lo que Leibniz llamó análisis situs. El trabajo de Vernadsky es una aplicación brillante de ese método al dominio empírico del naturalista.
Implicaciones para la biofísica
El artículo de Vernadsky que publicamos enseguida ejemplifica exactamente este uso del análisis situscomo método de descubrimiento. ¿Cómo se correlaciona la diferencia entre la materia viva y la no viva, tan claramente manifiesta en la biosfera en la escala del tiempo geológico, con la física de los procesos vivos y no vivos en la escla microscópica del espacio y el tiempo? A pesar de que la estructura química del tejido vivo es totalmente diferente de la materia de origen inorgánico, las leyes básicas de la física y química parecen aplicarse a ambas. No se ha encontrado ninguna entidad física, como la “fuerza viva” o “sustancia viva” que muchos vitalistas creían debía existir en los organismos vivos.
Concentrado en esta paradoja, Vernadsky plantea una atrevida hipótesis: la organización peculiar de los organismos vivos es ¡función de un “estado geométrico diferente del espacio-tiempo” que existe dentro de esos organismos, diferente del espacio-tiempo de los procesos no vivos! Vernadsky sugiere que el espacio-tiempo de los organismos vivos debe ser un tipo especial de geometría riemanniana. Le pide a los matemáticos, físicos y biólogos que colaboren en este problema, que, él prevé, podría conducir a una revolución no sólo en la biología, sino en las ciencias físicas en su conjunto.
A juzgar por la manera como discute el problema, el mismo Vernadsky no tenía una comprensión suficiente de la concepción geométrica original de Riemann. Este último iba mucho más allá de la idea de una sola geometría fija (en el sentido de la geometría no euclidiana común y correinte, por ejemplo), para abrazar la noción de una multiplicidad multiconexa de principios físicos o “dimensiones”[5] comoimagen matemática de un universo autodesarrollante. Dicho de otro modo, debemos redefinir la relaciónA:B, desde la perpectiva de una relación más elevada expresada por la razón humana.
Como complemento del argumento de Vernadsky del espacio-tiempo de los procesos vivos en este aspecto crucial, obetemos el esbozo de todo un programa de investigación experimental. A todas luces, los trabajos recientes sobre las interacciones “biofotónicas” de los organismos vivos[6] y otras áreas relacionadas de la biofísica, tiene mucho que con la cuestión que plantea Vernadsky. Ubicar dichos trabajos en el amplio contexto que aquí se señala, debería ayudar a originar sus implicaciones revolucionarias.
[1] Estos tres dominios parecen tan completamente diferentes en carácter que con frecuencia se los ha tratado como “mundos en sí mismos”, separados. Por ejemplo, durante el siglo 18 y a principio del siglo 19, era creencia común de los llamados vitalistas, entre otros, que la diferencia entre la materia viva y la “muerta” se debe a que en los organismos vivos está presente un tipo especial de “energía viva”, “fuerza viva” u otra entidad física única de la materia viva. Había muchas dudas, por ejemplo, de si las substancias químicas orgánicas generadas por los organismos vivos pueden, aun en principio, sintetizarse en el laboratorio, fuera de los tejidos vivos. Al mismo tiempo, por siglos, los filósofos se mantenían ocupados con la pregunta de cómo el alma actúa sobre el cuerpo, dado que la mente o alma, y las ideas y pensamientos generados por ella, parecen ser entidades de una naturaleza completamente diferente de la de los cuerpos materiales.
[2] Ni siquiera menciono el campo de la “vida artificial”, gemelo siamés de la seudociencia, igual de absurda, de la “inteligencia artificial”. Por la actual popularidad de ambas vale la pena preguntar si de veras las computadoras se han vuelto inteligentes o más bien la gente se ha vuelto estúpida.
[3] Ver, por ejmplo, Lyndon H. LaRouche, Jr. “En defensa de la estrategia”, xxxxx, TAL QUINCENA DE TAL MES de 0000, y “Where Do We Attach the Head?” 21st Century, otoño de 2000, página 47.
[4] Aquí no quiero implicar que el Hombre per se, sin ninguna restricción, represente el principio más elevado que gobierna el universo. Sólo en la medida que el Hombre obedezca a la Razón, es que el Hombre puede aumentar continuamente su poder sobre las fuerzas de la naturaleza. El único potencial del Hombre, respecto a otras especies vivas, reside en su capacidad de raciocinio. Si esa capacidad se fomenta y desarrolla en cada individuo, o si se destruye voluntariamente, es el asunto político central que enfrenta el mundo hoy día.
[5] Véase la nota 3.
[6] Véase “Russian Scientists Replicate ‘Impossible’ Mitogenetic Radiation,” 21st Century, invierno de 2000–2001, página 60.
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La biosfera y la noosfera
por Vladimir I. Vernadsky
A continuación reproducimos extractos de un artículo que escribió el famoso científico ruso–ucraniano Vladimir I. Vernadsky en diciembre de 1943. Originalmente lo publicó la revista American Scientist en inglés en enero de 1945. Esta versión en español, que es la primera que hay, que sepamos, viene de una adaptación que publicó en inglés EIR, en Vladimir I. Vernadsky coordinación con Rachel Douglas, quien comparó la traducción del doctor George Vernadsky de la Universidad de Yale con la edición original en ruso del libro de Vernadsky, Biosfera (Moscú: Mysl Publishing House, 1967). Omitimos los pies de página.
La noosfera
. . . Estamos llegando al clímax de la Segunda Guerra Mundial. En Europa la guerra reinició en 1939, luego de una pausa de 21 años; en Europa Occidental ha durado cinco años, y de nuestro lado, en Europa Oriental, va por su tercer año. En cuanto al Lejano Oriente, la guerra reinició ahí mucho antes, en 1931, y ya va en su doceavo año. Una guerra de tal poderío, duración e intensidad es un fenómeno sin paralelo en la historia de la humanidad y de la biosfera en general. Es más, le antecedió la Primera Guerra Mundial, la cual, aunque de menor poderío, tiene un nexo causal con la presente.
En nuestro país esa Primera Guerra Mundial desembocó en una nueva forma de Estado que no tiene precedentes en la historia, no sólo en la esfera de la economía, sino también en la de las aspiraciones de las nacionalidades. Desde la óptica del naturalista (y de modo parecido, creo yo, de la del historiador) una fenómeno histórico de semejante poderío puede y debe examinarse como parte de un solo proceso geológico terrestre grandioso, y no como un mero proceso histórico.
La Primera Guerra Mundial se refleja en mi trabajo científico del modo más decisivo. Cambió de forma radical mi concepción geológica del mundo. Es en la atmósfera de esa guerra que he abordado un concepto de la naturaleza en ese momento olvidado y, así, nuevo para mí y para otros, un concepto geoquímico y biogeoquímico que abarca la naturaleza viva y la no viva desde la misma perspectiva. Pasé los años de la Primera Guerra Mundial en mi trabajo científico creativo ininterrumpido, el cual he continuado hasta ahora de manera constante en la misma dirección.
Hace 28 años, en 1915, se formó en la Academia de Ciencias una “Comisión para el Estudio de las Fuerzas Productivas” de nuestro país, la llamada KEPS. Esa comisión, de la cual fui elegido presidente, tuvo una función destacada en el período decisivo de la Primera Guerra Mundial. Por completo de improviso, en medio de la guerra, a la Academia de Ciencias le quedó claro que en la Rusia zarista no había datos precisos en cuanto a las ahora llamadas materias primas estratégicas, y tuvimos que recabar y digerir datos dispersos con rapidez a fin de llenar la laguna en nuestro conocimiento. Por desgracia, para cuando empezó la Segunda Guerra Mundial sólo se conservó a la parte más burocrática de esa comisión, el llamado Consejo de las Fuerzas Productivas, y fue necesario restaurar sus otros componentes a toda prisa.
Al abordar el estudio de los fenómenos geológicos desde una perspectiva geoquímica y biogeoquímica, hemos de comprender la totalidad de la naturaleza circundante en el mismo aspecto atómico. Para mí, dicho enfoque coincide de modo inconciente con lo que caracteriza a la ciencia del siglo 20 y la distingue de la de los siglos pasados. El siglo veinte es el siglo del atomismo científico.
Resulta que en ese entonces, en 1917–1918, yo estaba, de pura casualidad, en la Ucrania, y no pude regresar a Petrogrado sino hasta 1921. En todos esos años, dondequiera que residía mis pensamientos apuntaban a las manifestaciones geoquímicas y biogeoquímicas de la naturaleza circundante, la biosfera. Al tiempo que las observaba, de manera simultánea dirigía mis lecturas y mis reflexiones a este tema de un modo intenso y sistemático. Expuse de forma gradual las conclusiones a las que llegaba, en la medida que iban formándose, a través de conferencias e informes que presentaba en cualquier ciudad en la que estuviera, en Yalta, Poltava, Kíev, Simferópol, Novorossisk, Rostov, etc. Además, en casi cada ciudad en la que estuve, solía leer todo lo que había relacionado con el problema en su sentido más amplio. Dejé de lado cuanto puede las aspiraciones filosóficas y traté de apoyarme sólo en hechos empíricos y científicos con firmeza establecidos y en generalizaciones, permitiéndome de vez en cuando recurrir a hipótesis científicas de trabajo. En vez del concepto de “vida”, introduje el de “materia viva”, el cual ahora parece estar establecido con firmeza en la ciencia. La “materia viva” es la totalidad de los organismos vivos. No es sino una generalización científica empírica de hechos indisputables en términos empíricos que son de todos conocidos, y observables con facilidad y precisión. El concepto de “vida” siempre rebasa las fronteras del concepto de “materia viva”; entra al reino de la filosofía, el folclore, la religión y las artes. Todo lo que queda fuera de la noción de “materia viva”.
En lo más tupido de la vida hoy día, tan intensa y compleja como es, una persona, y toda la humanidad de la cual es inseparable, prácticamente olvida que está conectada de un modo indivisible con la biosfera, con esa parte específica del planeta donde viven. Es común hablar del Hombre como un individuo que se mueve con libertad por nuestro planeta, y que con libertad construye su propia historia. Hasta ahora, ni los historiadores ni los científicos de humanidades, ni hasta cierto grado los biólogos siquiera, han tomado en consideración de manera conciente las leyes de la naturaleza de la biosfera, la envoltura de la Tierra que es el único lugar donde puede existir la vida. El Hombre es elementalmente indivisible de la biosfera. Y esta inseparabilidad apenas ahora empieza a quedarnos clara con precisión. En realidad no existe ningún organismo vivo en un estado libre en la Tierra. Todos estos organismos están conectados de modo inseparable y continuo —primero y antes que nada por la alimentación y la respiración— con su ambiente energético–material.
El destacado académico de Petersburgo, Caspar Wolf (1733–1794), quien dedicó toda su vida a Rusia, lo expresó de manera brillante en su libro, que fue publicado en alemán en San Petersburgo, en 1789, el año de la Revolución Francesa: Sobre la fuerza peculiar y eficiente, característica de la sustancia vegetal y animal. A diferencia de la mayoría de los biólogos de su época, él se apoyaba en Newton, más que en Descartes.
La humanidad, en tanto materia viva, está conectada de manera inseparable con los procesos energético–materiales de una envoltura geológica específica de la Tierra, su biosfera. La humanidad no puede ser independiente de la biosfera en lo físico, ni por un minuto.
El concepto de la “biosfera”, es decir, del “dominio de la vida”, lo introdujo en la biología [Jean–Baptiste de Monet, caballero de] Lamarck (1744–1829) en París, a comienzos del siglo 19; y en la geología, Edward Suess (1831–1914) en Viena, a fines de ese siglo. En nuestro siglo hay un entendimiento por completo nuevo de la biosfera. Está surgiendo como un fenómeno planetario de naturaleza cósmica. En la biogeoquímica tenemos que considerar que la vida (los organismos vivos) en realidad no sólo existe en nuestro planeta, no sólo en la biosfera de la Tierra. Me parece que esto ha quedado establecido más allá de toda duda, hasta ahora, para todos los llamados planetas terrestres, o sea, Venus, la Tierra y Marte. En el Laboratorio Biogeoquímico de la Academia de Ciencias de Moscú, a la que han rebautizado como el Laboratorio de Problemas Geoquímicos, en colaboración con el Instituto de Microbiología de la Academia de Ciencias (el director y académico correspondiente B.L. Isachenko), ya desde 1940 identificamos la vida cósmica como un objeto de estudio científico. Este trabajo fue suspendido debido a la guerra, y habrá de reanudarse a la primera oportunidad.
La idea de la vida en tanto fenómeno cósmico la han hallado en los archivos científicos, entre ellos los nuestros, desde hace mucho tiempo. Hace siglos, a fines del siglo 17, el científico holandés Christiaan Huygens (1629–1695) en su última obra, Cosmotheoros, que fue publicada de manera póstuma, formulaba esta cuestión científica. El libro fue publicado en ruso dos veces en el primer cuarto del siglo 18, a iniciativa de Pedro I. En este libro, Huygens establece la generalización científica de que “la vida es un fenómeno cósmico, de algún modo marcadamente distinto a la materia no viva”. Yo bauticé hace poco esta generalización como “el principio de Huygens”.
Por su peso, la materia viva comprende una parte minúscula del planeta. Es evidente que éste ha sido el caso a lo largo de todo el tiempo geológico, es decir, que es eterna en términos geológicos. La materia viva está concentrada en una capa delgada y más o menos continua de la troposfera en tierra seca —en campos y bosques—, y penetra el océano entero. En cantidad, no mide más de décimas de uno por ciento del peso de la biosfera, en el orden de cerca del 0,25%. En terreno seco, su masa continua alcanza una profundidad quizás menor a 3 km en promedio. No existe fuera de la biosfera.
En el transcurso del tiempo geológico la materia viva cambia su morfología según las leyes de la naturaleza. La historia de la materia viva cobra expresión como una modificación lenta de las formas de los organismos vivos que de forma ininterrumpida están conectados en términos genéticos entre ellos mismos, de generación a generación. Esta idea vino surgiendo en la investigación científica a través de las épocas, hasta que en 1859 obtuvo una base sólida con los grandes logros de Charles Darwin (1809–1882) y [Alfred Russell] Wallace (1822–1913). Fue forjada en la doctrina de la evolución de las especies de plantas y animales, incluido el Hombre. El proceso evolutivo sólo es característico de la materia viva. No hay manifestaciones suyas en la materia no viva de nuestro planeta. En la Era Criptozoica se formaban los mismos minerales y rocas que se forman ahora. Las únicas excepciones son los cuerpos naturales bioinertes unidos de un modo u otro con la materia viva.
El cambio en la estructura morfológica de la materia viva observado en el proceso de evolución conduce de forma inevitable a un cambio en su composición química. Esta cuestión ahora requiere de verificación experimental. En colaboración del Instituto de Paleontología de la Academia de Ciencias, incluimos este problema en nuestro trabajo planificado en 1944.
En tanto que la cantidad de materia viva es despreciable con relación a la masa no viva y bioinerte de la biosfera, las rocas biogénicas constituyen gran parte de su masa y rebasan con mucho las fronteras de la biosfera. Sujetos al fenómeno de metamorfismo, se convierten, perdiendo toda traza de vida, en la envoltura granítica, y dejan de ser parte de la biosfera. La envoltura granítica de la Tierra es la región de las biosferas anteriores. En el libro de Lamarck, Hidrogeología (1802), que contiene muchas ideas admirables, la materia viva, del modo que lo entiendo, se reveló como la creadora de las principales rocas de nuestro planeta. Lamarck nunca aceptó el descubrimiento de [Antoine Laurent de] Lavoisier (1743–1794). Pero ese otro gran químico, J.B. Dumas (1800–1884), el contemporáneo más joven de Lamarck que si aceptó el descubrimiento de Lavoisier y que estudió con intensidad la química de la materia viva, también fue un adherente por mucho tiempo de la noción de la importancia cuantitativa de la materia viva en la estructura de las rocas de la biosfera.
Los contemporáneos más jóvenes de Darwin, J.D. Dana (1813–1895) y J. Le Conte (1823–1901), grandes geólogos estadounidenses ambos (y Dana, minerólogo y biólogo también), plantearon, aun antes de 1859, la generalización empírica de que la evolución de la materia viva procede en una dirección definida. A este fenómeno Dana lo llamó “cefalización”, y Le Conte, la “Era Psicozoica”. Dana, al igual que Darwin, adoptó esta idea durante su viaje alrededor del mundo, el cual inició en 1838, dos años después del regreso de Darwin a Londres, y duró hasta 1842.
Cabe señalar aquí que la expedición en la que Dana sacó sus conclusiones sobre la cefalización, los bancos de coral, etc., estuvo asociada en la historia con las investigaciones sobre el océano Pacífico realizadas en viajes oceánicos de navegantes rusos, en particular Kruzenshtern (1770–1846). Publicadas en alemán, inspiraron al abogado estadounidense John Reynolds a organizar el primero de dichos viajes científicos estadounidenses por mar. Empezó a trabajar en esto en 1827, cuando salió un relato en alemán de la expedición de Kruzenshtern. No fue sino hasta 1838, once años después, que sus esfuerzos tenaces se tradujeron en esta expedición. Ésta fue la expedición de [Charles] Wilkes, que de forma concluyente probó la existencia de la Antártida.
Las nociones empíricas de una dirección definida del proceso evolutivo, aunque sin ningún intento por fundamentarlo de forma teórica, se remontan a ya avanzado el siglo 18. [Georges Louis Leclerc, conde de] Buffon (1707–1788) habló del “dominio del Hombre”, por la importancia geológica del Hombre. La idea de la evolución le era ajena. Así también le era [Jean Louis Rodolphe] Agassiz (1807–1873), quien introdujo la idea del período glacial en la ciencia. Agassiz vivió en un período de florecimiento impetuoso de la geología. Él admitía que, en lo geológico, había llegado el dominio del Hombre, pero, por sus principios religiosos, era contrario a la teoría de la evolución. Le Conte señala que Dana, quien antes tenía una opinión afín a la de Agassiz, en los últimos años de su vida aceptó la idea de la evolución en su entonces común interpretación darwiniana. Desapareció así la diferencia entre la “Era Psicozoica” de Le Conte y la “cefalización” de Dana. Es de lamentar que, en especial en nuestro país, esta importante generalización empírica aún sigue fuera de la mira de nuestros biólogos.
La solidez del principio de Dana, que resulta que está fuera de la mira de nuestros paleontólogos, puede verificarlo con facilidad cualquiera que esté dispuesto a hacerlo sobre la base de cualquier tratado moderno de paleontología. El principio no sólo abarca a todo el reino animal, sino que se revela de igual manera con claridad en especies particulares de animales. Dana señalaba que en el transcurso del tiempo geológico, al menos 2.000 millones de años y quizá mucho más, ocurre un proceso irregular de crecimiento y perfección del sistema nervioso central, empezando con los crustáceos (cuyo estudio Dana usó para establecer su principio), los moluscos (cefalópodos), y terminando con el Hombre. Es este fenómeno al que llamó cefalización. El cerebro, una vez que alcanza cierto nivel en el proceso de evolución, no está sujeto a la retrogresión, sino que sólo puede progresar más.
Partiendo de la noción de la función geológica del Hombre, el geólogo A.P. Pávlov (1854–1929) en los últimos años de su vida solía hablar de la Era Antropogénica en la que vivimos ahora. Aunque no consideró la posibilidad de la destrucción de los valores espirituales y materiales que ahora presenciamos en la bárbara invasión de los alemanes y sus aliados, poco más de diez años después de su muerte, puso de relieve, de manera correcta, que el Hombre, ante nuestros propios ojos, está deviniendo en una fuerza geológica poderosa y siempre creciente. Esta fuerza geológica cobró forma de manera imperceptible en un período largo de tiempo. Coincidió con esto un cambio en la posición del Hombre en nuestro planeta (primero que nada, en su posición material). En el siglo 20 el Hombre, por primera vez en la historia de la Tierra, conoció y abarcó toda la biosfera, completó el mapa geográfico del planeta Tierra, y colonizó toda su superficie. La humanidad devino en una sola totalidad en la vida de la Tierra. No hay ningún lugar de la Tierra donde el Hombre no pueda vivir si así lo quiere. Nuestra gente habitando el hielo flotante del Polo Norte en 1937–1938 ha probado esto de modo patente. Al mismo tiempo, debido a las maravillosas técnicas y éxitos del pensamiento científico, la radio y la televisión, el Hombre puede hablar de forma instantánea con quienquiera que desee en cualquier lugar de nuestro planeta. El transporte aéreo ha alcanzado una velocidad de varios cientos de kilómetros por hora, y no ha llegado a su máximo. Todo esto es resultado de la “cefalización”, del crecimiento del cerebro del Hombre y del trabajo que su cerebro dirige.
El economista L. Brentano ilustró la importancia planetaria de este fenómeno con los siguientes cálculos asombrosos: si le asignaran a cada Hombre un metro cuadrado, y si colocaran a cada Hombre hombro con hombro, no ocuparían ni el área del pequeño lago de Constanza que está entre las fronteras de Baviera y Suiza. El resto de la superficie de la Tierra quedaría sin hombres. Así, la totalidad de la humanidad junta representa una masa insignificante de la materia del planeta. Su fortaleza no deriva de su materia, sino de su cerebro. Si el Hombre entiende esto, y no usa su cerebro y su trabajo para la autodestrucción, se abre ante sí un futuro inmenso en la historia geológica de la biosfera.
El proceso geológico evolutivo muestra la unidad biológica y la igualdad de todos los hombres, Homo sápiens y sus ancestros, Sinántropos y otros; su progenie en la mezcla de las razas blanca, roja, amarilla y negra evoluciona sin cesar en incontables generaciones. Ésta es una ley de la naturaleza. Todas las razas pueden cruzarse y producir retoños fértiles. En un marco histórico, como por ejemplo en una guerra de tal magnitud como la actual, termina por ganar quien sigue esa ley. Uno no puede oponerse impune al principio de la unidad de todos los hombres como una ley de la naturaleza. Uso aquí la frase “ley de la naturaleza”, del modo que las ciencias física y química usan cada vez más este término, en el sentido de una generalización empírica establecida con precisión.
El proceso histórico cambia de forma radical ante nuestros propios ojos. Por primera vez en la historia de la humanidad los intereses de las masas, por un lado, y el libre pensamiento de los individuos, por el otro, determinan el curso de la vida de la humanidad y brindan las pautas para las meras ideas de justicia. La humanidad en su conjunto está convirtiéndose en una fuerza geológica poderosa. Ahí surge el problema de la reconstrucción de la biosfera en el interés de la humanidad librepensante como una sola totalidad. Este nuevo estado de la biosfera, al cual nos acercamos sin percatarnos, es la noosfera.
En mi disertación en la Sorbona de París en 1922–23, acepté la fenomenología biogeoquímica como la base de la biosfera. El contenido de parte de estas disertaciones salió publicado en mi libro Estudios de Geoquímica, que apareció primero en francés en 1924, y luego en una traducción rusa en 1927. El matemático francés y filósofo bergsoniano Le Roy aceptó el fundamento biogeoquímico de la biosfera en tanto punto de partida, y en sus disertaciones en el Collège de Francia en París, introdujo en 1927 el concepto de la noosfera como la fase geológica por la cual atraviesa la biosfera ahora. Él destacaba que llegó a semejante noción en colaboración de su amigo Teilhard de Chardin, un gran geólogo y paleontólogo que ahora trabaja en China.
La noosfera es un fenómeno geológico nuevo en nuestro planeta. En él, por primera vez el Hombre deviene en una fuerza geológica a gran escala. Puede y debe reconstruir la esfera de su vida mediante su trabajo y pensamiento, reconstruirla de forma radical en comparación con el pasado. Se abren ante él posibilidades creativas cada vez más amplias. Puede que la generación de nuestros nietos se acercará a su florecimiento.
Aquí se nos presenta un nuevo enigma. El pensamiento no es una forma de energía. ¿Cómo, entonces, puede cambiar los procesos materiales? Esa interrogante aún no ha sido contestada. Hasta donde sé, el primero que la planteó fue un científico estadounidense nacido en Lvov, el matemático y biofísico Alfred Lotka. Pero no pudo contestarla. Como [Johann Wolfgang von] Goethe (1740–1832), quien no sólo era un gran poeta sino un gran científico también, en una ocasión señaló que en la ciencia sólo podemos saber cómo ocurre algo, pero no podemos saber por qué ocurrió.
En cuanto a la llegada de la noosfera, a cada paso vemos a nuestro alrededor las consecuencias empíricas de ese proceso “incomprensible”. Esa rareza mineralógica, el hierro puro, ahora se produce por miles de millones de toneladas. El aluminio puro, que no nunca antes existió en nuestro planeta, ahora se produce en cualquier cantidad. Lo mismo es cierto en cuanto al número incontable de combinaciones químicas artificiales (minerales biogénicos “culturales”) recién creados en nuestro planeta. La cantidad de tales minerales artificiales crece todo el tiempo. Todas las materias primas estratégicas pertenecen ahí. En términos químicos, el Hombre está cambiando drásticamente la faz de nuestro planeta, la biosfera, de modo conciente y, más aún, de forma inconciente. El Hombre cambia la física y la química de la envoltura aérea de la tierra, así como de todas sus aguas naturales. En el siglo 20, a resultas del crecimiento de la civilización humana, los mares y las partes de los océanos más cercanas a las costas han cambiado de forma cada vez más marcada. El Hombre tiene que tomar ahora cada vez más medidas para preservar la riqueza de los mares, que hasta ahora no pertenecían a nadie, para las generaciones futuras. Además de esto, el Hombre está creando nuevas especies y razas de animales y plantas. Los sueños de los cuentos de hadas parecen posibles en el futuro; el Hombre está esforzándose por salir de las fronteras de su planeta hacia el espacio cósmico. Y probablemente lo hará.
Al presente no podemos darnos el lujo de no advertir que en la gran tragedia histórica que vivimos, hemos elegido elementalmente la vía correcta que lleva a la noosfera. Digo elementalmente, en tanto que toda la historia de la humanidad procede en esta dirección. Los historiadores y los dirigentes políticos apenas empiezan a acercarse a una comprensión del fenómeno de la naturaleza desde esta perspectiva. El enfoque de Winston Churchill (1932) al problema, desde el ángulo de un historiador y dirigente político, es muy interesante.
La noosfera es la última de muchas fases de la evolución de la biosfera en la historia geológica. El curso de esta evolución apenas comienza a quedarnos claro mediante un estudio de algunos de los aspectos del pasado geológico de la biosfera. Permítaseme mencionar unos cuantos ejemplos. Hace 500 millones de años, en la era geológica Cámbrica, aparecieron por primera vez en la biosfera las formaciones esqueléticas de animales, ricas en calcio; las de las plantas aparecieron hace unos 2.000 millones de años. Esa función del calcio de la materia viva, ahora desarrollada con potencia, fue uno de los factores evolutivos más importantes del cambio geológico de la biosfera. Un cambio no menos importante en la biosfera ocurrió hace unos 70 a 110 millones de años, en la era del sistema Cretácico, y en especial durante el Terciario. Fue en esa época que cobraron forma por primera vez nuestros bosques verdes, que tanto apreciamos. Éste es otro gran estado evolutivo, análogo a la noosfera. Quizás fue en estos bosques que apareció el Hombre hace alrededor de 15 o 20 millones de años.
Vivimos ahora en el período de un nuevo cambio evolutivo geológico de la biosfera. Estamos entrando a la noosfera. Este nuevo proceso geológico elemental ocurre en un momento tempestuoso, en la época de una guerra mundial destructiva. Pero el hecho importante es que nuestros ideales democráticos están a tono con los procesos geológicos elementales, con la ley de la naturaleza, y con la noosfera. Por tanto, podemos enfrentar el futuro con confianza. Está en nuestras manos. No lo dejaremos ir.
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